viernes, 4 de mayo de 2018

LEOPRICO – EL HIPOPODA




Soñó una luz fría, muy lunar, abrió su mente y su espíritu entro en ella…
Quiso saber a dónde iba, solo veía un bosque todo blando: árboles, hojas; incluso la tierra tenía un resplandor blanquesino; y a veces unos animales que nunca dormían les movían los ojos.

Inquieto tocó su mano blanca y suave, la sierva se despertó y miró al incauto: en su cara se dibujó un gento de asombro, la amargura lo enmascaró. Ésta se levantó yéndose a otro lugar fuera y olvidado, dejando una estela de blancura sobre el mundo azul-negro que se dibujaba, que pisaban, que los envolvía.

A la mañana siguiente y dorada se oyó un llanto. Leoprico no durmió aquella noche grande, estuvo velando en la antorcha lunar. En seguida su propio llanto lo asustó, su espíritu lo abandonaba; su dolor lo inundaba. Se tiró al suelo alzó su mano y una lagrima de sangre corría por sus labios.

El suelo era ardiente y amarillo y así caminaba hasta la fecha antigua y transitante. Quería llegar al sol y decir adiós, solo pudo arrastrarse y llegó a un árbol de luz y encontró una hoja dorada que tenía escrito el nombre de su nombre…

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